martes, 29 de septiembre de 2009

VIDA Y OBRAS DE ESPONTÁNEO PÉREZ.

Me llamaron Espontáneo porque mi padre que era marino, al regresar tras 10 meses de travesía y abrazar a mi madre, ésta le dijo:”Suelta ya, Paco, y llévame al Hospital que voy a dar a luz”.A mi padre sólo se le ocurrió decir -¡Hostia!-,y como no podían llamarme así, ni tampoco Eureka, me llamaron Espontáneo, porque a decir de mi padre, eso es de lo que yo era fruto, de la generación espontánea. Años más tarde me enteré de que mi padre se emborrachaba desde entonces todas las noches, que daba tumbos de tasca en tasca y sufría mucho, que después de pensarlo fehacientemente llegó a la conclusión de que yo no debería llamarme Espontáneo, pues esto no era posible, que sin duda yo era fruto de aquel deseo libidinoso y algo sucio que entraba al abordaje en el camarote de mi padre todas las noches allá en alta mar y que le hacía desear a mi madre desnuda, entre un montón de cajas de pescados refulgentes y húmedos de pasión. Mi abuela decía de mi padre que era un deslenguado, un Catón barriobajero, un estibador de insultos soeces, y mi padre pensó de mí que era un lenguado, por tan callado y ausente y, cosas del vino malo, llegó a relacionarlo con sus deseos en las noches demasiado calurosas o demasiado frías y por eso sufría y maldecía mi padre, nunca más podría desear a otra, ni soñarla desnuda en un banco de peces, igual de resbaladiza y húmeda, igual de peligrosa. Mi padre era un náufrago en tierra que bebía con la esperanza de que fuese suficiente para albergar a un pequeño esquife y poder huir así de sus verdades, de sus limitaciones. Y es que los marinos son gente ingenua e insegura en tierra, pues en alta mar –como gustaba decir mi padre- todo es distinto incluso para masturbarse; sólo tienen que extender el brazo y colocar la mano en forma de O mayúscula, que la mar ya hará el resto. Siendo todo así de fácil, no me extraña, pese a todo, que me pusieran este nombre y que mi padre no se asombrase de mi parecido con el médico del pueblo, que según él, era de tanto que iba a su consulta, aunque en el pueblo se decía que la culpa no era mía, sino de las visitas que mi madre le hacía a su vez, aunque eso tampoco lo he entendido nunca. Nunca he creído que el aspecto físico se contagiase, pues yo siempre me he pasado las tardes con mi abuelo paterno en el puerto, que cuando joven fue uno de esos famosos bomberos toreros, y al pobre le saco dos cuerpos, pues soy incluso más alto que el médico, que siempre fue el más alto de todo el pueblo. Esto debe fastidiar mucho al viejo doctor, pues se le saltan las lágrimas al verme, como cuando recogí el diploma de primeros auxilios en un acto de la Casa del Mar y que él me entregó, como ya he dicho, con lágrimas en los ojos, y digo yo que por la rabia debe ser, pues está muy bien ser el más alto del pueblo, todos cuchichean y me señalan con el dedo cuando paseo con mi abuelo o sin él, esbozan una sonrisa a mi paso. Me gusta ser el más alto del pueblo.

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