viernes, 17 de febrero de 2012

“La Ética no es una vecina del barrio”


La Ética al igual que las costumbres ha dependido de la época, del lugar y de la forma de pensar, en una estrecha relación con el marco filosófico correspondiente. Cuando la finalidad de la vida era el cielo, la enfermedad no era otra cosa más que uno de los tantos avatares por los que el ser humano debía sufrir en su paso por este mundo terrenal para purificarse y adquirir la perfección. Entonces el médico estaba obligado a ver a la enfermedad como el sacrificio que todo lo purifica y lo perfecciona. Cuando la concepción mecanicista del momento histórico postulaba que el ser humano era como una máquina formada por un conjunto de aparatos, la enfermedad era la consecuencia de la avería de dicha máquina. Aquí el médico se veía obligado a reparar la pieza causante de la avería.
Hoy está muy claro que la profesión médica, como ciencia y como arte, es esencialmente humanista. El actuar médico es más amplio. El ser humano no está solo ni aislado. El médico está obligado a comprender a  ese individuo junto con su historia personal y la de sus circunstancias familiares, sociales, económicas y medioambientales. Nosotros no estamos menos obligados a extraer de la pulsión social y socializadora, la afinidad social.
A los fines de la ética se impone la necesidad de definir lo bueno y lo malo. Pero es necesario saber que estas definiciones sólo adquieren sentido cuando son referidas a la dimensión social. Lo bueno logra su sentido ético cuando responde a la pregunta "para qué" es bueno. Así entonces, lo ético se refiere a un comportamiento que sólo adquiere sentido ético cuando recae en un individuo o un conjunto de individuos en su inserción social. Es ético cuando sirve a la convivencia, pues la sociedad cumple la función de un espejo - el espejo social - que como una antena parabólica refleja sobre el mismo individuo la responsabilidad de su comportamiento.
                El rodeo dado vadea las orillas del reproche que siento hacia vosotros conciudadanos, pues desencantado, no sé cómo más puedo decirlo, ni a qué esperáis para recuperar parte de la armonía social que algún día tuvimos así fuera sólo como objetivo, como requisito sine die de mejores presentes como presente. Sabed que los hombres somos lo que hacemos. Decidme ¿qué estáis haciendo? Dejad de pensar en qué van a hacer por vosotros los de arriba, empezad a pesar qué vais a hacer vosotros.