viernes, 24 de febrero de 2012

Soliloquio de la mañana extinguida


En la calle la gente habla de las nuevas políticas y no todos se sienten acogidos económica y socialmente. Esto es así, porque sucede que la gente no entiende qué sustenta la realidad política de nuestros días, que si el liberalismo es más que una superestructura justificativa del capitalismo, si tiene valores políticos que trascienden las circunstancias históricas de su origen y las particularidades socioeconómicas con que se encarnó históricamente, ocurre, sencillamente, porque es básicamente una postura ética de naturaleza predominantemente formal. Un sistema ordenado de derechos y de instituciones políticas congruentes con ellos, que tiene además carácter universal, pero que por lo mismo elude contenidos sustanciales precisos, esto es desde luego lo que no contemplan las voces de la calle. Ni el conjunto de derechos, ni la democracia como forma de gobierno y de organización de la comunidad,( aquí el Catedrático de Filosofía Política Fernando Quesada Castro diría que ésta ha fracasado), presuponen formas de vida, concepciones de la felicidad individual, ideas trascendentes o siquiera formas precisas de organización económico-sociales. Constituyen, a lo sumo, un conjunto estructurado de bienes y valores, individuales y sociales, de carácter muy abstracto, que no prejuzgan sobre la forma concreta de alcanzarlos, ni rehúsan los más diversos modos de cumplimentarlos. Tampoco en lo referente a lo individual, porque la felicidad es tarea de cada cual, ni en lo atinente a la sociedad, a lo social, en tanto sigue siendo una pregunta sin respuesta unánime, y que es el modo de organización económica concreta que mejor se compadece con la justicia y la libertad de los ciudadanos. Sin que ni siquiera sea claro si, dentro de las imprescindibles, ¿imprescindibles?, estructuras democráticas, existe una organización social compatible con todas y cada una de las culturas y sus pueblos. El liberalismo, como filosofía práctica, constituye pues, en su esencia, una concepción ética predominantemente formal, cuyo objeto es la política y no una doctrina sustancial en el sentido de indicar cómo deben organizarse las diferentes sociedades en sus aspectos institucionales. Tampoco le compete evaluar sus posibles conformaciones económicas, así a veces aparezcan tan próximos. Y ni siquiera es de su competencia cómo se administra o se limita socialmente el derecho de propiedad. Aunque, irónicamente, en tanto requiere la democracia como sustento político, a la vez que impone el respeto irrestricto a los derechos individuales, supone límites específicos con respecto a los diversos modos en que las sociedades pueden institucionalizarse. Sin embargo, pues es así, se aleja de cierta justicia social a fin de que predomine, por puro desinterés, la ley de la selva. Así que ahora, sepan las calles que estamos donde estamos, como estamos y que, desde luego, aún nos quedan por delante años.