viernes, 30 de abril de 2010

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Hoy. En este día en que saluda la mañana tibiamente. No queda, por ahora, rastro de la lluvia ni vuelan a ras de suelo los pájaros por lo tanto. No ha cambiado, sin embargo, la cola del hambre ni la del paro. No hay, de repente, más dinero en el bolsillo necesitado. La imagen es la del amor saltando  por las cien mil ventanas de un rascacielos deshumanizado. No ha cobrado un nuevo sentido la palabra progreso. Siguen sonando igual las ambulancias empachadas de accidentes, raudas por entre los agujeros de ozono y asfalto. Hoy es el día en que seguimos las huellas erróneas  que nos llevan al ocaso o al comienzo de nuestros tiempos. Somos igual de frágiles que cualquier animal herido, igual de constantes en el daño que la enfermedad. Camino vamos de mutar la sábana en mortaja. No habrá buitres para nuestros rastros. Hoy. Aquí, ahora. En este día, en que no ha dejado de amarillear temblorosa  sin embargo la palabra crisis. Hoy sí, hoy. En el día que no hay tiempo para hablar de ningún presente que no sea retener lo que se nos escapa de las manos. En el mismo día en que no hay ni uno ni ciento volando, en el instante mismo en que la sombra que nos cobija es un hongo nuclear o su amenaza. En el número del calendario que pone que sigue sin haber pan. En el mismo calendario que tiene los meses futuros en blanco. En el blanco que han hecho sobre nuestra diana ganándonos. Hoy, en esta mañana tibia que augura que, igual que ayer, decir hoy, así, es esperar al fin que no hay mañana. En fin, hoy, aquí, yo pido cambio.