La soledad no es sólo estar fregando los
platos, que se te baje la manga y tener que intentar subírtela con los dientes,
a veces es estar rodeado de gente que te quiere y te lo demuestra y aún así ni
aún así, sin más, porque sí, tan injustamente. La soledad a veces es desolación
y otras recogimiento. La soledad es un hilo de pensamientos que te lleva a
escribir en un papel “quiero conocerte” y dárselo a una desconocida con tu
teléfono para resolver la duda de qué pasaría si lo hicieras. La soledad es
especular con ella queriendo ir más allá de lo evidente, de lo que ves y que ya
te gusta, incluso de aquello que no lo hace, dando un tiempo al error o a tu
propio descreimiento del mundo sensible kantiano. La soledad es un estado que
no siempre busca la compañía, así ella te haya impresionado lo suficiente como
para que quieras volverla a ver, pues la soledad desconfía de los espejismos
aún cuando se tiene tanta sed, aún cuando se está cansado de tanto aislamiento
reconcentrado. A veces la soledad solo es el nombre de una calle o de una plaza
por donde apenas has pasado. A veces la soledad es estar encerrado leyendo sin
horario, el placer del aislamiento en el propio trabajo, en la construcción de
los trazos , de los versos o de cualquier texto que hable de cómo ella
respondió a tu nota simple de papel, quizás con la misma intriga que tú y
diciendo ven, asómate. A veces la soledad es el espacio no usado entre dos
cuerpos que se abrazan y se aman, a veces la soledad sólo es el espacio de
tiempo que gastas mientras vas a su encuentro. A veces la soledad es el breve
recorrido del vacío al beso, del aire solo a la caricia de su cuerpo, así de
frágil, de lábil. Desde luego la soledad no es mi desconocimiento de ti, mujer
que supiste guardar mi voz, mi mano, mi
tiempo en aquél pedacito de papel, que plegaste la palabra soledad con cuidado
y sobre sí misma hasta darle la forma de tu “Hola”, de esa palabra sola y sin
ausencia que te hace ser.
viernes, 14 de marzo de 2014
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