Somos todos los años que hemos ido venciendo, todo aquello que hemos apresado en nosotros haciéndolo carne, recuerdos. La totalidad de la colección incompleta de jirones de vida que creemos que atesoramos con sumo cuidado y quizás incluso aquilatando en exceso su valor o importancia en el tiempo, así luego no seamos siquiera capaces de salvar el seguro contra niños de un simple enchufe, ni forzar a la primera la apertura de un tarro diminuto de trufas o de champiñones en conserva. Así y todo nos creemos “algo” como denominador común e incómodo en nuestra humanidad y no se me ocurre una manera mejor de ser tan inconscientes ni tan estúpidos, tan pretenciosos ni tan absurdamente soberbios, tan pagados de nosotros mismos, tan faltos de miras, sobre todo porque en el día en que los árboles florecen cual interruptor fotosensible, todo sigue exactamente igual que desde el principio de los tiempos, ya que somos aquellos animales que colonizamos y parasitamos la tierra y que, a falta hoy de un mejor huésped, nos estamos dedicando a colonizarnos y parasitarnos a nosotros mismos. Aunque somos los que inventamos la palabra genocidio, opresión, maltrato, pese a que también inventamos las palabras solidaridad, amor o amigo. Sobreabundamos en nuestras miserias frágiles y en nuestra inconsistente humanidad, naufragamos sin barco, comemos sin hambre, hacemos daño sin ser necesario y, desde luego, acaparamos mucho más de lo que necesitamos. Somos los que hemos construido las catedrales altivas hacia el cielo, los mismos que hemos hecho panal en los cementerios, somos los mejores representantes en la tierra de la muerte, la fábula de un código genético decrépito y decadente. Somos un bolsillo lleno de arena, pan duro relleno de una lata caducada de sardinas sin abrir, somos las caries y la presbicia, la descalcificación constante de un cuerpo cierto, somos los inventores de la ciencia y de la superstición, los creadores de una conciencia que no nos llevará ciertamente muy lejos. Somos malos y somos buenos. Somos pura y simple filosofía contradictoria, un axioma inválido pues se rebate, el defecto de forma de la creación, pues tanto remamos en contra. Somos voz, pero también palabra silenciada, somos carne pero también concepto, somos beso y puñetazo, sempiternamente tuertos. Somos el odio que heredamos, la estupidez congénita que no evoluciona, mutantes con quince millones de años desperdiciados. Somos la totalidad de siglos que hemos ido traicionando. Somos el veneno de cualquier otra especie. Somos hombres y ciertamente muy poco humanos. Somos rastros con rostro, el sucio reflejo en el espejo de nuestro origen. Somos tú y somos yo. Somos.
martes, 13 de marzo de 2012
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