En
verdad que lo que quiero es que me quieras y quererte. Tú, a ti, quien seas.
Que me cojas de la mano y me empujes pícara con la cadera, que con el rabillo
del ojo me invites a amarte ante mi boca abierta y mi cara de deseo y me mires
y tu silencio irradie afecto, y promesa cierta, y calor, y todo lo que no
decimos por innecesario: Que tus labios no digan comprensión, ni sueño
compartido, ni compromiso, ni ternura, ni aún menos deseo. En verdad que lo que
quiero son tardes de paseo a campo abierto, a corazón henchido, a corazón
resuelto, a nudo en la garganta y a lágrima feliz arremolinándose un instante
que nunca se consuma. Lo que quiero es
tener la piel de gallina mientras nos reímos y que se me estomague la carcajada
en un abismo franco. Que la luz te toque como sólo yo se ver y que entonces
piense que soy el único hombre sobre la tierra, que gracias a ti soy, que pese
a todo soy, por ti. Yo sólo quiero que
el agua nos cobije en nuestro abrazo de ducha, que no necesite hablar para que
me entiendas, que me salves de mi mismo, de mi presente , de esta España
triste, de este ser medio todo mientras tanto. Yo sólo quiero tener que convencerte para que
te levantes cada mañana, que no me hables hasta que pruebes el café, que solo
me acaricies el pelo cuando me quedo absorto traspasando el vacío y que me
digas ven, acurrúcate, que sea así mi himno tu latido y que seas tu la que
piense que el mío sí que lo es. En verdad que lo que quiero es no pensar en
nada y aún menos imaginar, sino ver, descubrir en esta labor de zapa que es la
vida y hacerlo desde el olor de una casa que llamemos nuestra, donde siempre
haya una luz encendida, un felpudo de bienvenida y un suelo de madera cuyo
crujido solo hable de amor. Yo solo quiero caber donde hoy no quepo,
tumbarme contigo en ese hueco simétrico
y solo eso.
viernes, 4 de octubre de 2013
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