viernes, 30 de noviembre de 2012

"del amor"


Una escritora me ha sugerido que hable hoy del amor, como si yo pudiera decidir cómo late en mi cabeza lo que identifico con mi corazón o cómo siquiera traigo a este presente una caricia o el abismo de una espera o la ambición de retener por más tiempo a quién huele tibiamente por entre tu cuello, mientras es el olor de su pelo el que cosquillea tu ánimo y su fragancia acuna una vez más el deseo y el deleite. Como si traer en estas entrelíneas el recuerdo de su forma pudiera recomponer el puzzle roto en que se conviertieron las sábanas de algodón blanco y cálido de su ternura, la composición elocuente de su impronta, la huella ambicionada de su suave textura y sus caricias. Ni aún hablando de su boca brillante ni de sus ojos tristes, ni de su voz que murmuraba mi nombre y me atraía para sí reivindicándome una vez más. Cómo decir que su espalda era la orogénesis cierta que abarcaba la totalidad de lo que abarcaba mi vista, el territorio fértil del que sólo fui usufructuario o incluso siervo de la gleba a ratos y que hoy he perdido por haber seguido andando por entre otras tierras, esas otras tierras que nunca más volvieron a ofrecerme un paisaje tan añorado o con tanta sensación de pertenencia. Hablar hoy de sus manos no puede describir cómo nos comunicábamos, ni cómo su gesto era la línea que trazaba mi silueta convirtiéndose en la corintia que según Plinio el Viejo  hizo nacer el dibujo ante mi partida inevitable. ¿cómo traer la fina arquitectura de sus hombros sin recordar que mi cuerpo ya no lo habita? ¿cómo no pensar en su clarividente generosidad y en que jamás conocimos el conflicto, o en su entrega cierta, o en su muda alegría, o en su cara brillante cuando reía de mis ensoñaciones y ocurrencias carentes de toda razón pues estaba loco por ella? Cómo hablar del   obsequio de su amor, de mi amor, de lo que tallamos con tanta brevedad en el tiempo y que sin embargo es hoy una escultura de tiempo que no recoge lamentablemente el maravilloso acto de su creación, que nunca más me he atrevido a exhibir, a exponer, a mostrar para que esa acción externa no la postre, ni la use, ni la gaste, ni la haga ser malinterpretada por quién desconoce el pulcro valor de sus gestos, de su sonrisa apenas, de sus lágrimas cuando perdí mis pasos y me fundí en negro. ¿Cómo hablar del amor si no lo tengo?