jueves, 1 de octubre de 2009

Quizás sea el día...




            Quizás sea el día. Llueve. Digo llueve y ya me lleva. Huele a lluvia hasta donde mi razón se cobija. Es mi corazón el que sabe que el olor es el de la tierra húmeda. Huele a muchas tardes de mi infancia en que la marisma me guiaba por sus orillas hacia la mar. No hay manera de aislarse de ese aroma y de las ganas de estar ahí afuera en otro tiempo. Son los ciclos de la vida los que hacen que me conmueva, no puedo evitar sentir como un logro presenciar fuera de mi lo que vivo. Soy testigo. He de decir que he preparado una trinchera para protegerme laboriosa y tenazmente no obstante, que decidí sustituir los sacos de arena por pilas de libros que huelen a hoja muerta. Era niño y dibujaba incansablemente noches enteras un sinfín de personajes que luego colaba entre las hojas de los libros que había leído. Hacía guardia expectante, pretendiendo ver como interactuaban mis personajes cambiando así el destino de lo que para mi, entonces, quizás me pese que aún no hoy, era lo auténtico, lo verdadero, lo que había vivido al leerlo. Tan convencido estaba de que era real lo que se mostraba como tal. Finalmente acabé creando mis propias historias y creyendo que nada lo es. Hay cosas que no cambian, sin embargo y sin rubor. Aún llueve, y así destiendo mis preocupaciones. Pienso a saltos, o eso creo, como si no importara llegar a ningún acuerdo, me vienen ahora a la mente Dios, no se por qué y la esponja de Menger, que es un magnífico entretenimiento que nos ha regalado la matemática fractal y que, ahora que lo pienso, bien podría caber en la definición de Dios para según quién, no importa; yo no soy tú, tú no eres yo, ¿qué más puedo decir si ya he dicho que dibujaba para interactuar con un libro?¿si el sólo olor a lluvia me lleva en el tiempo y hace que diga esto que estoy diciendo? Haz la mezcla tu mismo. Por aquí llueve, sigue lloviendo, ha quedado limpio el aire, reluce el viento y comienzan a oírse los regueros. Hace una magnífica tarde para amar y dejarse amar por los libros; Mandelbrot, Tanizaki, Cartier-Bresson, Fromm… ¿por qué esperas que siga escribiendo?.

Quién me iba a decir...


Quién me iba a decir que el tiempo,
extraño contador de pasos contantes-no siempre perdidos-,
y que nos lleva vagamundos por el silencio si sin compañía,
por la vida repleta o vacía, y que en mí
ha sido durante toneladas de horas, durante kilómetros de segundos
un viaje o, la tragedia de la soledad, vívida,
en todo lo que se respira.
     Cómo es posible que todo ese páramo yermo una vez quedado atrás,
una vez tragado por el sumidero, se contenga después de tanto, con toda su inmensidad,
(con la totalidad de  su dolor matemático y quedando infinitamente preso,
por la calidad aquilatada de tus cotidianos),
en UNO sólo, amor,
en tan sólo uno de tus pelos. 

A menudo...


A menudo pienso en lo engañosos que son los pensamientos. Vas por la calle, enumerando tareas, deberes, recuerdos, obligaciones venideras…los vas anudando mientras creas nuevas ideas en las que, contra toda lógica, seguir pensando….no hay nada que te acerque a la realidad mientras tanto. Sólo puede pasar desapercibido todo aquello sobre lo cual no prestamos atención, sobre todo aquello que no enfocamos atentamente. Así me he ido dando cuenta yo de cómo me transformo diariamente, de cómo te transformas tú mientras tanto, de cómo todo va cambiando; una vida, un espacio, una casa, un barrio, una ciudad y un estado.
Los únicos que no cambian son los muertos. Los que nos dejaron y nos conocieron, por millones en los telediarios y a los que, tele-diariamente, jamás tenderemos la mano o daremos un beso.
Recuerdo cómo era mi cara de antaño por la fotografía, recuerdo lo que pensaba por lo que dejé plasmado, no recuerdo lo que sentía porque el tiempo lo ha ido solapando dejándolo todo almibarado. Veo todas las fotografías que conservo y que podrían documentar una película fotograma a fotograma. Sería una película con final abierto me temo. Saldríais tantos en ella. De pequeño jugaba a crear la historia de los ocupantes de los coches que de contrario se nos cruzaban por la carretera. En ese fugaz momento en que veías apenas unos rostros en el instante justo de  una acción,-he visto de todo-, peleas, gente cantando, discusiones, he visto muchos borrachos, niños tirando de los pelos a sus padres, padres pellizcando piernas hacia atrás y contorneándose, he visto grandes gestos de amor. Quizás te he visto a ti lector, lectora, quizás fuiste tú, mujer con la que me besé y rocé mímicamente escondido en un asiento y por el diminuto lapso que dura un semáforo rojo en tornarse verde, eras tan guapa y disfruté tanto esa estancia en Sevilla que aún hoy la considero a ella uno de mis rollos, en ese recuento estúpido e incomprensible que hacemos de nuestras relaciones, haciendo categorías que en mi caso, llega a crear etiquetas del tipo pelandrusca o gran amor de dos horas y media.
Decía que así voy pensando mientras camino, saltando de una rama a otra. Sobrevolando, por inconsciente, la realidad y lo cotidiano, consumiendo segundos mientras tanto, echando un rato contigo de nuevo lector, mientras tanto. Qué lástima que no tenga una cámara de fotos a mano, que no estés tendida, (es mi guiño lectora),  desnuda a mi lado.