No he vuelto a quedarme dormido en el sofá para mi alivio. Tampoco he intentado llevarme hasta el borde mismo del cansancio inexplicablemente, ¿será verdad que soy mi peor enemigo? No me he quedado leyendo hasta que me pega en la frente el libro, ni he deambulando insomne por la casa pensando que pienso. No he estado diseñando inventos o instalaciones toda la noche evitando así acostarme. No he vuelto a amanecer torcido de cansancio en el asiento solitario. No he pintado los minutos y horas de desvelo, no he fotografiado bodegones imposibles improvisados en las horas muertas en que la ciudad parece que no existe. Hace días que no prorrogo las horas en que he de tumbarme desconectado y expuesto, amortajado de subconsciente, que no revuelvo las sábanas en combate desigual y chinesco. Hace días que apareciste por casa tras el primer intento y claro, no te sueño si te tengo al lado respirando esos sorbitos pequeños. Hace días que para no despertarte, ya apenas hablo y pataleo en brazos de Morfeo. Es así desde que me miras con los ojos entrecerrados y las piernas entrecruzadas, desde que me hablas sin parar de esto o de aquello, desde que tus manos me acarician al descuido y me colonizan estando toda tu al descubierto. De memoria te retrato sonriéndome en contrapicado. Así es desde que eso mismo afecta a mi estar despierto. Son tu cuerpo y tu tacto precisos los que me sacan o sonsacan el apremio, no ya de dormir, sino de seguir tu mano que me aferra y me guía como a un minotauro ciego. Es así, es curioso. Eres la que no me llama porque antes sales a mi encuentro. La que corre de puntillas por el pasillo y se cepilla los dientes sentada al borde de la bañera mientras yo me los cepillo. A veces se derriten los cronómetros, se vuelven piedra los relojes de arena que miden nuestro tiempo secreto y furtivo. Hemos salido del portal dándonos un beso y nos hemos ido sonriendo, recordándonos antes de volver a vernos. Sorprendentemente no hemos quedado en tener esto que ahora y tan brevemente tenemos, ni hemos conciliado posiciones en ningún proyecto, simplemente nos hemos ido pensando, buscando y recortando en un acercamiento improvisado y tranquilo. Hace días que desayunamos juntos sin embargo, recorriendo con el ánimo algún destino turístico, posponiendo desencuentros entre sorbo y sorbo de café, entre risas, besos sonoros y comentarios procaces. No puedo evitar pensar en verte escrita en la palabra ayer, anoche, y desearte así una y otra vez, siempre ayer, anoche, como en un reloj hecho pared y desde donde no se exprese el tiempo.
martes, 6 de octubre de 2009
Quién me conoce lo sabe
Relato
Decían de él que era el único hombre del mundo sin amigos, sin familia, sin padre ni madre, que lo más próximo a su circunstancia era su sombra y ni ésta le acompañaba todo el día, tampoco soportaba su negrura, sus silencios.
Acabó muriendo, nadie sabe el día o si murió solo, sobre esto último parecía no haber dudas, pero sobre el día de su muerte hubo muchas especulaciones, cuando alguien lo encontró por casualidad tardó en reconocerlo dado el grado de descomposición en que se hallaba. Nadie notó su ausencia ni lo echó de menos, nadie lo lloró. El señor boticario fue el único voluntario que examinó el cadáver, la gente hablaba de maldiciones y no quería acercarse; sólo un hombre de ciencia y además forastero podía hacerlo. Redactó un informe que no entregó a nadie, pues no había a quien hacerlo. Años más tarde cayó en mis manos y así es como supe que no sólo no se sabía quién era ni de dónde venía, sino que carecía de lengua y campanilla,”debe ser una malformación congénita y en esa línea hay que investigar para determinar su origen y ascendencia”, apuntaba el ya también fallecido boticario, decía algo más este informe, y es que el fallecido en sus estertores de muerte había escrito una palabra en el barro: MÈRE.
A Ana María
Recababa para sí la magia de escribir con los dedos sobre distintos pantalones todo aquello que vivía desde la frontera física de su reflexión y que, no entendiéndolo quizás, ansiaba poder releer en un futuro en el que, no ya por la tecnología que se pudiera desarrollar, sino por su capacidad adquirida para solventar dudas o temores, la enfrentaran al medio en justo combate de igual a igual, haciéndola vencedora.
Quería leerse en un papel, escondida entre sus blancos y negros, aventuro hoy y después de anoche en la que hablamos del mundo, de libros y de nosotros en un Cali regateado de parroquianos pero pleno de calor humano, y en que, para evitarse escribir de nuevo con la invisible tinta de sus dedos, de sus fueros, con el renglón determinante de su cicatriz como camino tortuoso y clarificador así recorrido, así concluido. No hay secreto en esto que escribo. No entierro dobles sentidos en los caracteres ni en los giros.
La ví una noche sorpresiva y sorprendentemente convertida en un personaje de cómic de lo cotidiano, casi de cotidiario, aunque no pudiera detenerse su manera de reír o de mostrarse pícaramente irónica. En el contraluz de la madrugada generosa, cálida y etílicamente laxa, sin tensión ni tensionados, con el mismo juego de papel y tinta, con los vacíos que rellenara Malevich, en los contrapuntos de luz y sombra, en los tardíos viandantes vocingleros, y del otro lado, como contraparte, los ausentes y el silencio, fueron rellenando los huecos, los cajetines maquetados de planos, la historia hecha viñeta de un momento que por austero, sólo contiene el tiempo y el juego. No sé si se hará, si merece la pena hacerlo o si ya está hecho al modo de un poema que bien pudiera haberse escrito con los dedos en una playa de Varadero y que acabará llevándose la ola en una onda sin más movimiento. No importa, así lo siento.
Ya acabo. Este texto es sólo para mirar a los ojos a quien me lee mientras escribo de lo que hablo. Es para ti, Ana María, que te miras en el redondo espejo plateado, aunque ya no escribas limpiamente tus días en el aire, ni queden ya huellas de tus dedos caracoleando.
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