Es
la lluvia la que cae acompasadamente hoy mojándonos a todos por igual . Pienso
en cómo la muerte también todo lo iguala. En que lo básico para todo hombre no
conoce distingos ni jerarquías. Pienso en cómo somos incapaces de gestionar
nuestra convivencia pese al paso de los milenios y la totalidad de nuestros
avances. Nos llamamos sociedad democrática pero no excluimos las
desigualdades relacionadas directamente con la vida económica, donde la fortuna,
contrariamente a lo que propugnamos es una fuente de influencia demoledora,
donde los trabajadores son pésimamente protegidos de la explotación, donde el
propio estado no facilita encontrar un empleo, y donde cada uno no puede hacer
valer sus derechos, ni obtener de la sociedad la protección
contra los riesgos de la vida, que son muchos. Llevo años escribiendo que la
democracia ha fracasado, recuerdo que alguien me replicó desde la comodidad de
su bonanza con pocos argumentos sólidos. Hemos vuelto a coincidir, la crisis no
le ha tratado nada bien, me pedía consejo, pero yo ya no puedo ayudarle.
Recordaba perfectamente el día en que me abordó impetuosamente más preocupado
por impresionar a sus acompañantes y a
sí mismo que en darse cuenta de que la afirmación el saber no da dinero era una
auténtica atrocidad. Por lo visto no sólo no le respondí sino que reconduje su
enfrentamiento cuatro pasos antes y le hablé de educación y de cultura. No
recuerdo absolutamente nada pero él dice que le quedó marcado que sutilmente le
toreara dejándole los bolsillos llenos de dudas y que le hubiera desarmado sin
siquiera haber sacado mi espada. Cree que ya es tarde pero para su sorpresa le
contesté que no, que si ser bien educado cuesta el mismo esfuerzo que ser
maleducado, él tiene tiempo de sobra, pero no sin esfuerzo, para recuperar lo
que ahora echaba en falta. Y es que lo que realmente ha de preocuparnos de la
crisis es la ausencia de valores éticos y morales ciertos y aprehensibles, pues
esa es la causa real de todo lo que sostenemos y que no son sino antivalores
sociales: el egoísmo, el individualismo,
el engaño, todo aquello que nos hace un poco más animales.
Sin
embargo, abajo, ahora, en la calle, se oyen los silbatos acompasadamente.
Desconozco la queja. Apenas suena insistentemente uno y el resto calla, no se
escuchan consignas y aún menos a la policía, pero hay un runrún que adormece y
que me hace intuir que de lo que se habla es de que seamos los de antes, cuando
ya eso es imposible, pues solo nos queda el sueño y el deseo urgente del
advenimiento de un hombre nuevo que nos salve.