jueves, 23 de diciembre de 2010

Sobre la foto de una playa

Freddie Hubbard en plena batalla de trompetas y yo viendo fotografías de una playa a través de tus ojos negros, de la soledad inmensa de los cocoteros, de sal , de horas y libros salpicada. Pasa el tiempo a miles de kilómetros mientras afuera llueve y en mi cabeza aparece sobreescrita la palabra resaca. Nada saben las contrapáginas de tu desnudo en el fino marco del papel, tras todo, el traspiés de haber ido demasiado lejos y no por la orilla ni por el filo de una cuchilla de plata con la lengua que pronuncia la palabra delicia, no nos acompañan el Maestro ni Margarita en la misma tarde de todas las tardes, en los mismos días de tus días, son tus ojos  los que no me guían ni tus manos las que me acarician, aún contigo al lado soy el sol y tú, ya lo sabes, la luna. Nunca concidiremos así, corazón,  en el ánimo que las noches estrella ni en las bocas en las que el amor no palpita, ni aún a pesar de no haber leído a Leopoldo María ni  sus vericuetos, en el ánimo de recomendación como colofón a cuatro palabras que carecen del brillo de tus ojos mirándome o en el descuido de que me mires los labios a hurtadillas mientras yo intuyo cómo sabe tu cuerpo bajo la camisa; con la presencia de un café en medio, quizás también un libro que no nos sea frontera y en cuyo lomo ponga la palabra Filosofía.  No sé si acompaña más un  piano o un perro moteado y blanquinegro. Hoy no es el día en que sé escribir que escribo algo, hoy son las horas en que como toda partida reviso una a una, una vida que no me pertenece ni me es conocida,  en que intento recordar que hay algunas huellas que un día sí fueron mías, quizás así si consienta  ver el tiempo como un segmento fijo e  inalterable, irreductible, impasible al momento por el que la vida, vida, transita, quizás como la zanja sempiterna que intenta ser tapada por otra más pequeña. Tanto me da un biquini negro o una voz determinada con acento, pero no puedo con un cuerpo o un a sonrisa que me demuda en el modo en que lo hace, pues febril, insatisfecho, Paolo Conte por en medio, la vida pasa sin más sabor que un recuerdo que no es sino sólo sueño, sueño sin sueño, si dueño, en el que tú, luna, das pie, a esto que depauperadamente escribo y que versa sobre ti, filósofa y sobre aquello que mi corazón siente de repente como redivivo.