A lo largo de la historia, las preocupaciones sobre el arte han tomado diversos caminos. Si situamos la hipótesis de la función social del arte y nos referimos al arte contemporáneo, debemos mirar escrupulosamente sobre las coordenadas estructurales, entendiendo con ellas las económicas y sociales, en las que este arte se produce.
Cualquier discusión sobre el arte contemporáneo, también llamado arte postmoderno, tiene que partir de una conceptualización ideológica sobre el capitalismo. (Entiendan que mi hipótesis tiene una conceptualización política).
Si nos situamos entonces en lo que Follari denomina “el talante postmoderno”, entendiendo por ello, - junto con Jameson -, una lógica cultural emergente ante las coordenadas económicas de un capitalismo tardío. Lo postmoderno, así visto, va a comportar un conjunto de características que reúne la producción cultural contemporánea y que brota de los ciclos del capital que, como definiera Arrighi, corresponden a la tercera fase del capitalismo, cual es el capitalismo financiero.
Para Arrighi el capital se independiza de los contextos concretos de su geografía productiva, trasladándose posteriormente a la bolsa donde las ganancias no están sujetas a la producción industrial, sino a la especulación. Por eso afirma que la meta de la producción no está en ningún mercado de consumidores, sino en la transformación misma de esa producción en dinero, es decir, en pura especulación.
A esta lógica del capital, Jameson, quien considera a la producción y el consumo cultural, al igual que sucede con la globalización y las nuevas tecnologías, como ámbitos integrados al sistema generalizado de mercancías, le sucede una lógica de la producción cultural, que está determinada por las siguientes características: nuevos tipos de consumo, caducidad planificada, cambios rápidos de moda y estilo, penetración de la publicidad y los medios en general en la vida cultural, desaparición del sentido de la historia (donde los medios de comunicación masivos juegan un papel importante relegando rápidamente al pasado las experiencias históricas del presente y fomentando la amnesia y la manipulación históricas), transformación de la realidad en imágenes, fragmentación del tiempo en series de presentes perpetuos, reforzamiento de la lógica del capitalismo consumista, combinación paradójica entre la descentralización global y la institucionalización de pequeños grupos, instrumentalización del saber, y desaparición de los límites entre la cultura de élites y la popular. ¿Cuál es entonces el papel del arte en estas nuevas coordenadas?
Traigamos la voz de Dantó cuando afirmó que “El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”.
Y vosotros, moribundos, ¿ quiénes sois, qué hacéis, qué decís, qué queréis?
Cualquier discusión sobre el arte contemporáneo, también llamado arte postmoderno, tiene que partir de una conceptualización ideológica sobre el capitalismo. (Entiendan que mi hipótesis tiene una conceptualización política).
Si nos situamos entonces en lo que Follari denomina “el talante postmoderno”, entendiendo por ello, - junto con Jameson -, una lógica cultural emergente ante las coordenadas económicas de un capitalismo tardío. Lo postmoderno, así visto, va a comportar un conjunto de características que reúne la producción cultural contemporánea y que brota de los ciclos del capital que, como definiera Arrighi, corresponden a la tercera fase del capitalismo, cual es el capitalismo financiero.
Para Arrighi el capital se independiza de los contextos concretos de su geografía productiva, trasladándose posteriormente a la bolsa donde las ganancias no están sujetas a la producción industrial, sino a la especulación. Por eso afirma que la meta de la producción no está en ningún mercado de consumidores, sino en la transformación misma de esa producción en dinero, es decir, en pura especulación.
A esta lógica del capital, Jameson, quien considera a la producción y el consumo cultural, al igual que sucede con la globalización y las nuevas tecnologías, como ámbitos integrados al sistema generalizado de mercancías, le sucede una lógica de la producción cultural, que está determinada por las siguientes características: nuevos tipos de consumo, caducidad planificada, cambios rápidos de moda y estilo, penetración de la publicidad y los medios en general en la vida cultural, desaparición del sentido de la historia (donde los medios de comunicación masivos juegan un papel importante relegando rápidamente al pasado las experiencias históricas del presente y fomentando la amnesia y la manipulación históricas), transformación de la realidad en imágenes, fragmentación del tiempo en series de presentes perpetuos, reforzamiento de la lógica del capitalismo consumista, combinación paradójica entre la descentralización global y la institucionalización de pequeños grupos, instrumentalización del saber, y desaparición de los límites entre la cultura de élites y la popular. ¿Cuál es entonces el papel del arte en estas nuevas coordenadas?
Traigamos la voz de Dantó cuando afirmó que “El arte ha muerto. Sus movimientos actuales no reflejan la menor vitalidad; ni siquiera muestran las agónicas convulsiones que preceden a la muerte; no son más que las mecánicas acciones reflejas de un cadáver sometido a una fuerza galvánica”.
Y vosotros, moribundos, ¿ quiénes sois, qué hacéis, qué decís, qué queréis?
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