Leo que Abraham Lincoln dijo:
"Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos
todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".
Casualmente llevo dándole vueltas a la idea de la mentira y su entorno pues,
aventuro que, sin entrar a discriminar por entre la teoría del caos en la que
apenas el aleteo de una mariposa pueda ser devastador, no dejo de constatar
cómo una pequeña mentira es una gran bola de nieve destructora llegado el caso,
pues se fija en el imaginario del oyente, del engañado, dando por cierto lo que
nunca ha sido, validando humo como algo sólido, lo cual acaba siendo
insostenible hasta para el propio mentiroso que ve como ha de rellenar huecos y
lagunas con nuevas mentiras que retroalimentan la falsedad vital en que se
incurre cuando se decide engañar por primera vez. Pasaré por alto desde este
texto todo lo que encubre el mentiroso de su propia inseguridad, falta de amor
propio, miedos, o la certeza de su propia incompetencia, desde luego, el que miente
se juzga y por eso en esa derrota intenta camuflar, tornar, lo que ni el propio
mentiroso acepta pero que pretende que el resto acepte porque sí. Con la
mentira la persona se convierte en personaje, en fraude, en la necesidad de
aceptación por encima de todo, en la falta de medida y desde luego en la cara
poco amable de la mediocridad, pues lo que se hace precisamente es huir de la
excelencia, del esfuerzo, de la lucha y el trabajo interno y personal, de lo
justo, de lo que corresponde. Claro que hoy uno no puede disertar sobre esto y
no caer en la cuenta de que los políticos dan el perfil descrito y que decir
esto es absolutamente verdad. Propongo, por lo tanto, la proscripción de la
mentira, que sea intolerable el engaño, que sea perseguida la más mínima
falsedad, pues ese mínimo aleteo para el mentiroso, causa estragos al resto.
Comprometámonos con la excelencia personal y no con lo fatuo, seamos el hacha
pequeña contra el árbol grande, corrupto y desecado de estos días y de todas
las mentiras.
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