jueves, 1 de septiembre de 2011

“… sobre el regreso”



En el ánimo impuro de unas manos que no retienen nada nuevo, es quizás el alba lo que anuncia una vez más que no hay futuro. Agua que corre por entre los dedos.

Es la propia vida, vida, la que cristalina se escapa, apenas un fluido donde luego sólo será, evaporado, humano aliento.

Sustento lábil de unas alas sobre la mar océana, rizos azules que el viento, sí, el viento desala y desarma en un nuevo rompecabezas.

Vuelo al sol, ridente y descarado, que al pobre Ícaro poseyera en giros giróvagos y decadentes, cadentes, candentes, sólo somos los nietos sempiternos del infortunio, tan desalados, tan desamados de puro sol.

Así, como las manos que nada más que fierro aferran, afean los anhelos errados que la hiel ni esconde ni soterra. Demasiados muertos para la espalda que se doblega. Malas huellas para una playa anegada de petróleo.

No son los desaires ni las pavesas que el viento eleva tras cualquier pensamiento impuro,  de incendiado el ánimo, perdida la casa, la vida, la estela.

Humo. Sólo humo que al respirar atosiga, solo soplos contaminados de egoísmo avariento. Así se divisa desde la colina de mi alejamiento.

Nunca tuve la capacidad de soñar dulce, sino amargo como la propia vida misma.

 Pese a todo, soy adicto a las palabras que me retienen en estas horas inciertas y en esta mente débil. Las mismas palabras que, sin dueño, nos poseen ellas a nosotros, nos parasitan así no conozcan la niebla.

Para no perder la costumbre, comencé escribir cuando más llovía, atrás quedaron los miles de kilómetros recorridos en un solo verano, atrás las ganas de huir, ahora sólo sé que todo sigue igual y que este texto ya se ha terminado.

1 comentario:

  1. No hay quien pare el fuego cuando ha comenzado a consumir la casa, cuando ya se asoma por las ventanas a las ávidas miradas. Aviva el viento las llamas de nuestras ansias, del pirómano que bajo nuestra piel se mal-guarda. Le veo, a la distancia de las latitudes que nos separan, los ojos incendiados, cándidas escotillas de sus infiernos.
    De qué nos sirve la lluvia entonces, los cíclicos monzones orientales, de qué los veranos empapados, si no hay quien nos extinga por dentro. Se comió usted las rebanadas de su verano en vuelos y no ha podido al final sino volver sobre sus pasos; llegar a casa, a su misma estancia, a los dedos sobre la máquina, haciéndose inevitables palabras.

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