Existo porque llevo demasiado tiempo dándolo por cierto, o
no. Es la rutina sin embargo la que me lleva a sospechar, no ya que todo sea
sueño, sino que sencillamente sea, la verdad. Si el simple hecho de ser es ya
una premisa, no tengo muy claro para qué valen ciertas motivaciones personales,
más allá de que éstas no sean si no la gran construcción del engaño. Sólo
espero que al menos el engaño, la mentira, sea verdad, por cierto, que sí
exista. Queda la duda asfixiándose en el vacío de si puede devenir de la nada
algo, si acaso la mentira existe, existe entonces también donde esta se apoya o
distrae, o no. No sé si igualar la nada o la inexistencia sea lo correcto desde
luego, pero nada más tengo ahora entre estas manos que apenas si retienen un
momento la idea de su propia existencia, mientras el frío, -acaso tampoco-, las
engaña una vez más en el tecleo tartamudo que acuna mi descreimiento. No tengo
claro que todo lo que nos está pasando sea responsabilidad exacta y directa de
que nuestros sentidos juegan al despiste con nosotros. Quizás la crisis sólo
sea nuestra idea de crisis, pues tan distinta es para cada unos de nosotros, al
modo en que cuando pensamos en el concepto mesa, cada uno lo resuelve acudiendo
a la imagen de mesa que tiene más a mano en su memoria. Sin embargo esa mesa no
existe, ninguna de ellas existe, tanto da su color, su tamaño o su estado de
conservación, si es útil, de cocina, de trabajo o de cámping. No existe,
dejadlo. Podríamos hablar horas largas y tendidas de esas mesas, incluso podríamos
diseñarlas mentalmente, generarlas, recrearlas, describirlas y aún así no las
haríamos existir. Creo que existo porque dudo. Creo que existo porque dudo de
lo que creo. Creo que existo porque aún te espero, amor.
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