Salir por Hornillos y girar a la
izquierda hacia la Plazuela del Socorro, decidir tirar por la calle Tiendas o
ir en dirección a la Plaza del Conde de Canilleros, tanto da pues recogen el
mismo sol y casi la misma umbría. Ir soltando buenos días, qué tales, hasta
luegos o buenas noches según toque. Tanto da la hora, desde luego, pues recaban
exactamente los mismos segundos de tedio y procastinación en esta ciudad que
más bien parece un pueblo, por tan anodino. Salir a Santa María por entre las
mismas piedras de siempre y desde luego por entre los mismos ecos secos,
humildes, pacientes, desalentados tras tantos siglos de frenos y desidia
adocenada. Ir hacia el progreso es dirigirse hacia donde uno no sabe ni ve,
pero que ya anhela e intuye, es arriesgar. Por eso Cáceres no progresa, sólo
sabe moverse por itinerarios conocidos con grandes fachadas de cartón piedra,
sólo sabe vestirse con los ropajes de su nacionalismo de barrio, de humo, de
clase o de pose. Estar en Santa María es pasear un empedrado tan limitado que
sólo ha acogido misas, rencillas y espadas durante demasiado tiempo. Subir la
calle del mono ya es otra cosa, huele a orines, a fiesta trasnochada y a
perfume de funcionario provincial de escapada cafetera. Girando a la derecha a
la primera oportunidad es la plazuela de caldereros la que te recibe peraltada.
Justo ahí, el adarve de Santa Ana y tras un arco, las traseras del Ayuntamiento
en dirección a plazuela de Publio Hurtado y a San Juan. Continuar hacia Donoso
Cortés pegando con La Caja de Extremadura. Subir tras haber reconocido sin más casi
todas las voces, ecos, caras y sombras de cada una de esas calles. Podría escribir
esto 366 veces en un año bisiesto.
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Muy bueno Hernán. Me has recordado vivamente el año que pasé en Cáceres y mis paseos por entre las piedras en las tardes de invierno. A mi no me molestaba tanta castellana tristeza (fue un año solo, claro), tenía un lado machadiano que satisfacer. Un abrazo y felicidades por el texto.
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