No encuentro el link para desnudarte. Tampoco tu puerto usb. Olvidé guardar en favoritos la dirección que me lleva a tus páginas, no sé si abiertas o cerradas. Me temo que apenas queda batería, ni siquiera la conexión a Internet me funciona bien. Pulso enter una y otra vez, no sé por qué. Control alt y escape no me llevan a ningún sitio, no abren ventana alguna a ti. Será que no sé digitar lo que no existe si no es en modo virtual. Pruebo con los cables que se vierten desde la mesa del estudio. Apago y enciendo el ordenador. Reinicio una y otra vez y vuelvo al mismo sitio, claro, reinicio. El router tilila sus ruiditos sin ningún resultado, a más de pequeños gruñidos que le hacen parecer un fax constipado. No hay rastro de ti, ni documento que pueda recuperar. Miro fijamente la pantalla como si al hacerlo rígidamente pudiera alterar la pantalla en blanco. No hay iconos en mi escritorio, me temo que tampoco en mi vida. El tecleo tartamudo me lleva a percusionar simplemente por el placer del ritmo y para diluir la palabra impaciencia. Aparece girando un reloj de arena entre tanta tecnología. Me viene a la cabeza la palabra ironía y a las comisuras una leve sonrisa. Ahora asumo que cerrar la pantalla es hibernarnos, suspendernos en modo indefinido. Dejar para la mente lo que antes era para un solo sentido. Pruebo nuevamente con las letras que componen tu nombre, alterándolas en uno y otro sentido. Añado números, caracteres a lo que, a lo mejor, nunca ha sido. Pongo punto com y punto es. No es, ahora lo sé. Decido dejar de buscar lo que por virtual, se ha convertido en un acto fallido. Esperaré a que vuelvas a encontrarme; a decirme: “Sé quién eres, me gustas, te sigo”.
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