No puedo decir que haya visto a las mejores mentes de mi generación destruídas por la locura, ni hambrientas, ni histéricas ni desnudas. No puedo decir siquiera lo relevante o sorprendentemente destacable de un momento histórico como éste, aún no, pero que, sin más, es histórico como todos los momentos, por lo demás, que se bañan en el tiempo y, por lo menos, histéricos momentos en que la miseria se conjuga con el mejor traje de fieltro y el coche regalado más caro, donde el resultado electoral pone nerviosos a los que creían ciegamente en la palabra perpetuo. Ya está bien. Es lamentable, desde luego, que no pueda, ni quizás deba, afirmar cuántos de mi generación estudiaron pese a todo a Plotino, a Poe, al Ginsberg de éstos comienzos y entretelas, a San Juan de la Cruz, a Wittgenstein, a Nietzsche y que, sin embargo, no me cueste mucho esfuerzo hallar a quién se haya drogado hasta el colapso en más de una ocasión, se haya peleado hasta dar con sus pies en el juzgado, o haya sido detenido por cualquier cosa relacionada con violencia, hurto, desacato, tenencia, posesión, deslucimiento en bien público o exceso de velocidad. No puedo evitar pensar que es sólo media vida lo que así se halla, pues si como individuos no estamos exentos de nuestra personalidad única y original, esa misma que nos lleva impulsivamente a coleccionar experiencias que nos fortalezcan y enseñen, así sea a golpes, tampoco estamos libres de nuestras obligaciones colectivas que, por lo demás nos aquilatan como seres humanos haciéndonos personas o, por el contrario, nos hunden clasificándonos como infrahumanos, sub-hombres. No juzgo, entiéndaseme (otro será el día de las apologías), no juzgo, decía, los hábitos sino la media vida que se vive con esa vida, si somos quienes somos en tanto que vivimos realmente, no podemos olvidarnos de la otra vida, la que se expone al otro, la que vivimos “para” los demás, la que ponemos en común y que sin duda debemos reconducir, necesitamos salir del aislamiento que, a estas alturas suena más bien a asilamiento, a confinamiento. Debemos unirnos, debemos comenzar a pensar antes en el otro, pues el otro somos todos, dejar el egoísmo egotista, ser entonces todos UNO por pura necesidad, por culpa de este presente tanto y tan poco Fueteovejuna.
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