Es curioso. La vida a veces se nos acerca aún más y en los más mínimos detalles, es cuando el dicho “conócete a ti mismo” cobra más sentido: Sentir que de repente, sin que uno tenga nada que ver con especial fuerza, asoman las circunstancias desde la enfermedad sobrevenida, inesperada e inoportuna. Sucede que en estos días enfermos, no enfermizos, e invernales, muchos somos sorprendidos con las defensas bajas, quizás de tanto esfuerzo dilapidado; es cuando el dolor entonces se matiza con la palabra crónico. Así los días no podemos sino negociar a la baja con nosotros mismos, cortarnos las alas hiperactivas durante esos días de presidio-en-uno-mismo involuntario (involuntario quizás, como la gran mayoría de los presidios, por otro lado), soltar el lastre de los sueños y los quehaceres inmediatos, la propia conciencia de ser un individuo óptimo, postergarse e intentar resistir el tiempo que queda, el que ha de pasar irremediablemente, esos puñados de arena en el gran reloj de lo cotidiano que grano a grano te recuerdan que, imposibilitado, sin mucho que tú puedas hacer a más de padecer un cuerpo insano, sin otra alternativa que la de ser conscientes de nuestras propias limitaciones, todo tiende a tornarse de repente más lúcido y más exacto, en la medida justa de las cosas, desprovistas ahora de anhelos, intentos de influir en el medio e incluso desprovisto de la propia y autónoma idea egotista, del lugar concreto que creemos que ocupamos en el mundo y cómo no, de todo aquello que nos creemos que somos. Pero, ¿no es exactamente eso lo que está pasando, en última instancia, en la totalidad del ámbito social? ¿No es acaso y precisamente lo que está pasando en este tan consabido momento crítico en que, maniatados, débiles, inconstantes en nuestro esfuerzo, incapaces, sólo padecemos la laxa espera como espectadores y víctimas al tiempo, como testigos de que no hay mucho que podamos hacer estando así las cosas? Hoy no es el día en que uno decide si se toma o no un medicamento para curarse, pues esta capacidad se nos escapa por entre los dedos, quedándonos grande por sernos ajena.¿No os parece que no es momento este para alimentar ser víctima ni aún estando enfermos? Basta, comencemos a vivir, como hombres débiles, sí, pero también como hombres libres, lábiles, de una vez.
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