Hondas honduras convergen en el abismo,
en los hondos abismos donde restallan las hondas
y entrechocan los cadáveres salpicando de ecos las honduras,
en la larga noche perfumada de muerte que se marchita.
De ordenado el odio o el silencio atenazado, afrenta de rabia
al desordenado caos del ruido desordenado.
No llega la luz a esta caverna, ni reptan,
por lo tanto, las sombras por entre los huesos.
Giran giróvagos mientras tanto los buitres negros.
Son las ocho y cuarto o las tres y media,
así corren los regueros;
Péndulo son en un calendario relleno,
cualquier hora es una hora muerta
en estos días en que las botas y los ladridos
resuenan en las cabezas abiertas o en cualquier tipo de herida;
en el día en que ningún gobernante es bueno,
llora arrodillada la vergüenza su destierro,
en el confín último de su hondura.
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